lunes, 29 de agosto de 2011

MARTES 7: Phoenix-Sedona-Tusayan


Si, si, lo sé, no me regañéis, si es que casi se me olvida que tengo a medio contar un viaje!! Puf a ver si me acuerdo, que pasa el tiempo volando!

Antes de continuar relatando las cosas que nos pasan cuando Pon me saca de mi casita Pinypon, quiero darle la bienvenida a algún lector nuevo que nos hemos enterao que tenemos (hola suegri).

Por fin terminó el 6 de Junio, que fue un día larguísimo, vayamos a por el 7.

MARTES 7: Phoenix-Sedona-Tusayan

04:00 a.m. Hora local Phoenix. Abro un ojo, poco a poco, me doy la vuelta, abro el otro, miro el reloj… puf! Y no tengo sueño. Primera a parición de mi amigo el “jet-lag”.

Como puedo, consigo dormirme: Zzzzz…. Zzzzz… Zzzz…

08:00 a.m. Nos duchamos, arreglamos y adecentamos para bajar al desayuno.

Muy dispuestos nosotros, vamos a la zona de desayunos, cogemos cada uno nuestro platico y empezamos a dar vueltas viendo lo que hay.

Y damos una vuelta, otra, y otra, y otra más… y allí no había NÁ pa’comer!! A ver, sí que había cosas, y no digáis que es que nosotros somos muy delicados para comer, es que aquello era imposible.

Tras enésimas vueltas, vi un donut adolescente. Estaba a medio camino entre donut normal y donette. La verdad es que me estaba empezando a dar vergüenza tanto rato allí dando vueltas con la cara de asco que tendría, además, había dos tíos comiendo, con pinta de españoles, uno calvo de mediana edad y otro más joven, que me miraban mucho.

Total, que me fui a la mesa, a ver qué había conseguido Pon para comer: UNA MIERDA PINCHÁ EN UN PALO.

Ante esta situación, no nos quedó otra que ir a buscar un vaso de leche, o similar. Yo al menos tenía el donut, Pon ni eso. E iniciamos la segunda búsqueda de la mañana, llevarnos algo líquido a la boca. Pues bien, que sepáis que a EEUU no ha llegado todavía ni el colacao, ni el café como lo entendemos por aquí, allí le llaman café al agua sucia de fregar los platos. Tampoco  saben lo que es el chocolate para beber ni mucho menos los batidos. Lo único que tienen es leche blanca, de las ubres de la vaca directamente a tu estómago.

Los que nos conozcáis un poquillo sabréis que ninguno de los dos estábamos dispuestos a beber leche blanca, así que Pon, muy a su pesar, y barajando las opciones, se decantó por coger un zumo de naranja. Yo sin embargo opté por coger un tazón y llenarlo 1% de leche, 99% de cereales (que si eran normales) no sin antes volver a darme una vuelta a ver si había más cosas. Y sí que las había; en mi tercera y última entrada en la cocina, pude coger dos rebanadas de pan de molde y dos tarritos de algo que parecía mermelada. Además, me encontré que al lado de los cereales había un recipiente de aluminio tal que así (si, una lechera de toda la vida).



Yo, muy valiente y en la esperanza de encontrar algo más para comer, me decidí a abrirlo. Y de verdad, aquello que había ahí dentro parecía vómito hirviendo de perro enfermo. Ahora, con perspectiva, creo que fue ahí cuando se me cerró el estómago.

Volvimos a la mesa, nos sentamos uno frente al otro, cada uno en silencio, con la cabeza gacha, mirando lo que teníamos para desayunar. Y fuimos levantando la cabeza poco a poco hasta que nuestras miradas se cruzaron, una mirada intensa a los ojos que aguantamos unos segundos hasta que Pon dijo:

-         Si mi madre me viera beberme el zumo de naranja, con lo que ha peleado conmigo y nunca lo ha conseguido.

Después de pasar el trance de beberse el  zumo de naranja, la leche blanca y las tostadas con mermelada (la supuesta mermelada sabía a rayos), miramos el reloj, y decidimos salir del hotel a buscar algún supermercado donde comprar algo para comer, porque no se si lo sabéis, pero  cuando Pon me saca de viaje, me da por comer compulsivamente, tengo que estar todo el día comiendo sin parar, yo creo que es la forma de canalizar todos los nervios de antes del viaje, o que mi cuerpo ya sabe lo que es viajar con Pon y que se te invierta la famosísima pirámide de Maslow (es decir, como compulsivamente por puro instinto de supervivencia, nunca se sabe cuando será la próxima vez que te eches algo a la boca).

Ojo, decidimos salir a pesar de que alrededor del hotel lo único que había era desierto.

Teníamos media hora para salir, buscar víveres y volver al hotel, porque habíamos quedado con Steve en el hall del hotel a las 9:45.

Fuera del hotel, solo había una avenida amplia, larguísima, sin ningún tipo de comercio ni civilización ni en el lado derecho ni en el izquierdo, pero necesitábamos encontrar comida, así que no teníamos más opciones que andar por allí en dirección opuesta al hotel, porque en la línea del horizonte se podía intuir algún tipo de construcción.

Cuando llevábamos 10 minutos andando, nos dimos cuenta de cómo pegaba el sol, y el horizonte se seguía divisando un poco incierto, hasta que de repente, a pocos metros vimos un palo como los postes antiguos de la luz, y detrás de el, aprovechando la poca sombra que podía dar eso, había una china.

Indudablemente, no desaprovechamos la oportunidad que nos brindó la fortuna al encontrarnos a otro ser humano en aquellos parajes, y Pon, haciendo uso del dominio de la lengua inglesa, le preguntó que donde podríamos comprar algo para comer. La cara que puso la china, fue un poema; pero claro, poniéndome yo en su lugar la entiendo, también pondría esa cara si se me acercan dos, a las 9 de la mañana, en mitad de la nada, con las pintas de giris, el acento de Pon y preguntando por un sitio donde comprar algo para comer… “¿de dónde venís, como habéis llegado al sitio este que es culo del mundo?” me imagino que la china pensaría esas cosas al vernos.

Al final la mujer nos dijo que siguiéramos andando en la misma dirección, que a lo mejor, al final, encontrábamos algo. Total, que nos quedamos igual.

Así que valientes e intrépidos, continuamos hasta que por fin, encontramos una zona en la que había un lavadero de coches.


Con sus banderas, eso es imprescindible, más importante que la toma de agua en el lavadero, son las 5 o 6 banderas de USA.

También había una tienda de “cosas americanas”


Y enfrente, una gasolinera, donde compramos el kit de supervivencia de todos los viajes. Para Pon: las galletas (si pueden ser de chocolate, mejor), y el batido de chocolate. Para mí, las patatillas y los chicles sin azúcar. Y  por supuesto, la botella de agua.

Una vez realizada nuestra compra, ya sabíamos que ese día no nos moríamos de hambre, no penséis que es poca comida, con un paquete de galletas, otro de patatillas y una botella de agua podemos estar un día entero los dos, nos ha pasado más de una vez, ya tenemos la medida tomada. Así que, súper contentos, volvimos al hotel.

Cuando llegamos, eran ya las 9:45, hora en la que habíamos quedado con Steve, y aun teníamos que ir a la habitación, coger las maletas y hacer el check out.

Veloces, en dos minutos lo teníamos todo hecho, y nos encontramos en el hall, haciendo el check out, cuando Steve se nos acercó, saludó a Pon, se dirigió a mí, me dijo:

-       Wachu wahci jo??
-   Marisa- Contesté yo, empleando la misma técnica que con el policía del puesto de control de inmigración, la técnica de no tengo ni idea de lo que me has dicho pero yo te contesto lo que me da la gana.

Y fue ese un momento crucial, en el que nos dimos cuenta que el viaje era en grupo!!!!!! 6 parejas, 12 personas, cada uno de su padre y de su madre, cada pareja hablando en su idioma, callados, mirándonos los unos a los otros, desplazándonos con movimientos torpes porque no sabemos donde vamos. Y todos con caras de haberse enterao en ese momento que el viaje era en grupo. Os podéis imaginar, una alegría y un jolgorio…

Y a partir de ahí, tienes que cambiar el chip con el que tu habías salido de tu casa. Y a partir de ahí también, empiezas a través de la observación, a hacer elucubraciones sobre las nacionalidades de aquellas gentes.

Pareja 1: los alemanes, identificados antes de salir del hotel. Chico y chica alrededor 30 años.

Pareja 2: chico-chica 25 años. Rubísimos. Pero rubios casi albinos. Belgas.

Pareja 3: chico-chica 24 años, aspecto “normal” que no destacaba. Franceses.

Pareja 4: chico-chica 23-19 años. Era nuestra apuesta portuguesa, porque su aspecto era ibérico. Resultaron ser argentinos.

Pareja 5: Chico-hombre 23-taitantos años, padre e hijo, el padre español, el hijo belga, la gran suerte que tuvimos en el viaje, hablaban perfectamente español, francés, e inglés. El padre, uno de los personajes más geniales que hemos conocido jamás, suerte que traducía las bromas a los tres idiomas.

Desde ese momento, en el que las seis parejas nos montamos en el autobús, Steve nos contó y comprobó que estábamos todos, el conductor se presentó y arrancó el bus, a partir de ese justo instante, comenzó realmente nuestro viaje por EEUU, nuestro gran premio.

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