jueves, 23 de junio de 2011

Lunes 6: Océano Atlántico y Atlanta.

6:00 a.m. hora local Madrid. Como ninjas nos vestimos, meamos y cerramos la puerta de casa de Maite para que la chiquita mía no se despierte, que despertarla era ya demasiado.

Llegamos a Barajas, identifica Pon el lugar de facturación (yo en un aeropuerto soy un bulto que va detrás de Pon) y hacia allá nos dirigimos. Y yo que soy una chica muy precavida le comunico que no viajo si mi maleta no esta herméticamente precintada y envasada al vacío, que luego mi madre ve documentales en la tele de gente que se fue de viaje y ahora lleva puesto un mono naranja en algún corredor estadounidense.

Y después de una cola de facturación, un par de pegatinas en los pasaportes, llevar el cuestionario ese donde te preguntan si vas a atentar contra el presidente o si fuiste miembro de la KGB, nos metimos en el avión. Y eso era un avión grande, con anchura, como para estar medio día allí metido.

En concreto fueron 9 horas durmiendo a ratos, viendo películas en “Latin Spanish”, mirando por donde iba el avión, jugando al tetris, comiéndote lo que te traían las azafatas, (yo creo que era papel de periódico cocido) en fin, que la verdad es que el vuelo fue muy bueno y se pasó rápido.

Entre todas estas cosillas que hicimos, era menester muy importante rellenar oootro formulario que te pasaban las azafatas, imprescindible también para entrar en EEUU, el llamado “green card” aunque no lo entiendo, porque el papelito es azul, en fin, estos americanos…

En el “green card” te preguntan cosas muy normales tales como nombre, edad, nº pasaporte, hotel donde te alojas, si llevas una tripa se salchichón en la maleta, si has colao algún animal silvestre o de granja en el avión, (sí hombre, un  torillo bravo que he metio en el equipaje de mano) y los países que has visitado antes de EEUU. Claro, siendo previsores, estos americanos dejan dos líneas para los viajeros más intrépidos, pero no contaban con un personaje como Pon; no cabían los 18 países, de ninguna manera.

Ante esta situación y la respuesta tan clarificadora de la azafata “pues no se…”  decidimos poner solo los que teníamos sello en el pasaporte: Egipto e Israel (poca cosa) y ya que estábamos, para hacer bulto pues Turquía y Grecia.

La última hora de avión fue mala.

De repente el avión perdió altura, no era lo típico para aterrizar, no; durante 3 segundos el avión cayó. Cayó a plomo, lo que le hizo gritar a una tía que había detrás de nosotros y provocó que el refresco que tenía Pon en la mano se le derramase entero en los pantalones, sobre la zona del paquetillo. Pasó un rato, nos volvieron a dar de comer, esta vez un helado riquísimo, y entonces sí, empezó el descenso para aterrizar. El piloto fue brusco, yo ya con el sustillo de antes en el cuerpo estaba nerviosilla y me empezaron a dar unas ganas enormes de aterrizar; cuando el avión estaba más o menos a 200 metros del suelo… orientó el morro hacia arriba y levantó el vuelo.

El avión volvía arriba, y el helado que había en mi estómago también quería subir por donde había bajado. Tras una media hora dando vueltas por el aire sin ton ni son, por fin le dieron autorización para aterrizar.

Hurra! Pisamos tierra firme, por un segundo mi cuerpo entero respiró paz… Estaba en una nube rosa con purpurina, estrellas doradas y olor a las galletas de Cuétara, si, sabéis de qué os hablo, de las bocanadas que de vez en cuando hay en la universidad a olor a galleta. 

En ese maravilloso lugar de armonía y relax se encontraba todo mi ser cuando la realidad me golpeó:

“Estoy en Atlanta, EEUU. Ahora sí que sí voy a tener que pasar la prueba esa espantosa para entrar en el país, y yo sin saber hablar inglés, y verás que con la suerte que tengo y lo pardilla que soy me van a coger y me van a arrestar por unos segundos y me voy a poner a llorar muy fuerte y no se van a creer que sea una turista más, y como me pregunten y encima les tenga que explicar que voy de gratis, y que apenas se muy bien donde voy y solo tenia 4 dólares de los 24 que por caridad nos dio Maite… Todo esto les va a sonar a estos americanos muy raro.”

Todo esto y cosas peores pasaban por mi cabeza, pero no lo expresaba. Lo comencé a exteriorizar en la cola para pasar por las ventanillas de los policías.

Y de repente, llegó el momento.

Yo solica, con mi pasaporte en la mano, mi mochila azul y la cara que llevaría, que no me la ví pero nos la podemos imaginar todos, ¿no?

-         wachi wacha gau aguachufli aguachuflo???
-         … … … ummmm turist.- Me atreví a decir sin tener ni idea de lo que me había preguntado el tío.
-         Jou you wou gou??


y pensé:

1º la respuesta anterior era correcta, porque lo sigo viendo calmado.
2º  también es que era muy fácil, pero ahora qué hago?

-         Ai dont espik inglis.- No me quedaba otra.
-         Por qué noooo???!!!! -. Con un acento mexicano, que le falto decir “wey”
-         ¿Cuándo vuelves?
-         El lunes que viene

Milagrosamente, a parte del pasaporte y la mochila azul, había quedado en mi mano la carpeta donde Pon lleva todos los papeles de reservas de vuelos, hoteles, planificaciones de viajes… Y le enseñé la reserva del vuelo de vuelta.

-         ¿Dónde vas?
-         A Phoenix.- ahora entiendo la cara del tío, porque esa ciudad es la muerte pelona.
-         ¿A Phoenix????
-         Si, Phoenix, Flagstaf, Cañón del Colorado y Los Ángeles.
-         Aah! Y vas sola?? No familia, no amigas??
-         Noo, voy con mi novio, que… no lo veo ahora mismo…

Aquí acabó la conversación. Me cogió la carpeta con los papeles, los miró (como si el tío entendiera algo), me hizo la foto, se quedó con todas mis huellas dactilares, selló el pasaporte y a otra cosa mariposa.

Tuvimos que correr muchísimo para poder llegar al avión que nos llevaba a Phoenix, pero nuestras piernas nos lo agradecieron después de 9 horas de vuelo.

Tras correr tanto, volver a pasar un control de seguridad, y hacer pipí, nos colocamos en la puerta de embarque del siguiente vuelo, que sería de 4 horas.

Y el siguiente vuelo lo contaré más adelante, que este post ha sido eterno, como aquel día.

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