martes, 4 de enero de 2011

DÍA 8: ATENAS, Y FIN!

Pues nos levantamos y la previsión meteorológica decía que estaría nublado y ni frío ni calor.


Abandonamos el barco, y… A CANTAROS, llovía a cántaros y las maletas las recogieron el día anterior de madrugada. Llevábamos lo puesto. Justo antes de montarnos en el bus recogimos nuestras maletas, pero no nos dejaron abrirlas, pero yo, (es que con nada, me pongo enferma) en la cola para montarnos en el bus, tiré la maleta (que era prestada y la llené de barro) al suelo y saqué lo primero que puse: el chubasquero (si es que soy un pinypon tan listo…).

Pon, por supuesto, llevaba su mega camiseta de la selección, y nada más.

1º parada: noséqué de las olimpiadas. Solo se bajaron del bus los hombres valientes. Yo me quedé porque la que caía era gorda. Le dí mi chubasquero a Pon, que gracias a Dios tenemos los dos más o menos la misma talla y se puede poner mi ropa (no fue la primera vez).



2º parada: Acrópolis. Bajada obligatoria, más que nada porque era lo único que íbamos a ver. Al principio llovía poco, pero aquello fue cogiendo fuerza. Nos encontramos a unos niños por ahí vendiendo paraguas. A la familia que había delante de mí, le pidieron 5€ y a mi me lo ofrecieron por 8€, así que pasé de ellos; pero claro, pensaba que más adelante habría más. Pero eran los únicos. Y se marcharon, y no los volví a ver, y nos estábamos empapando bastante, tanto es así que una buena mujer que estaba en el mismo grupo, me llamó y me dijo:


- Chica, vente aquí conmigo que te estás empapando, mi marido tiene otro paraguas para él, así que quédate todo el rato conmigo.


Yo la verdad, es que de siempre he sido muy obediente, y le hice caso a la mujer.
Y vimos la Acrópolis diluviando, y entre que estaban allí de restauración, que había unas grúas enormes, que mis pies hacían surf dentro de los zapatos y que era el octavo día… YO ME QUERÍA IR YA A MI CASAAAAAAA!!!!! 

Me pasó lo mismo que cuando fui a Disneyland: era el último día de viaje, estuvo lloviendo toda la tarde y me senté en un banco dentro del castillo de la Bella Durmiente a esperar que llegase la hora de irnos mientras visualizaba mi camita.

Los pies chorreando, Dios mío, cuando llegamos al aeropuerto, abrí mi maleta para coger unos calcetines, pero no hubo manera de encontrarlos, así que nada (es que no soporto los pies mojados), a esperar la cola para facturar.

Durante el rato que estuvimos esperando para facturar, estaba mareadísima, más que en el barco, mi cuerpo solico se balanceaba de derecha a izquierda; pero me animó el hecho de que un poco más adelante que nosotros dos hombres se empezaron a pelear y por poco se matan allí unos con otros, eso sólo les pasa a los españoles, ya te lo digo yo.

Y llega nuestro turno, nos saluda la muchacha, nos pregunta que cuántas maletas vamos a facturar (ya voy entendiendo cosillas fáciles en inglés) y en ese momento nos dice que por favor, que nos esperemos, y coge una tarjeta de embarque que le da un compañero y llama a un tal “Pepito Perez”. Y venga teclear, y venga hablar con el compañero y la tía tenía una cara… Y “Pepito Perez” se estaba empezando a poner nervioso, y venga rato largo allí… 

Claro, ya Maite y Sergio que habían facturado hacía rato, nos preguntaban qué pasaba. Ni idea. 

Esa misma pregunta se hacía el caballero “Pepito Perez” y nosotros, hasta que el hombre no se aguantó más y preguntó:

- Guát japen???!!!!!

- Nothing. Contestó la empleada levantando un instante la vista del ordenador.

- Nacin?!!! Nacin??!! UNOS COJONES!!!!!

La chica no sabría castellano, pero lo de los cojones lo entendió porque acto seguido le dió la tarjeta de embarque y le dió las gracias. 

Qué gracia me hizo ese hombre…

En fin, que ya apenas nos quedó tiempo para comer, así que lo único que pudimos hacer fue comprar un par de paquetes de galletas y esa fue nuestra comida del día.

De repente nos vimos haciendo cola para entrar en los autobuses que te llevan hasta el avión, ya una semana después y con Estanco por allí, que apareció y no recuerdo por donde, porque la verdad, los últimos días del crucero lo perdimos un poco de vista.

Y nos metieron a todos en el dichoso autobús, y nos dejaron allí pues no sé cuánto rato, pero a mi me parecieron horas (creo que fueron unos 20 minutos) sin saber el por qué, sin moverse del sitio, hasta que claro, empezamos a gritar... luego dicen que si los españoles, pero anda, anda… 

Y total, el avión despegó, me quité los calcetines a ver si había suerte y se secaban (no hubo), le contamos a Pon toda la historia del pingüino, me mareé justo antes de aterrizar (se me puso un mal cuerpo…) y por fin pisamos suelo patrio!!!!

Llegamos a casa de Maite a recoger el colchón hinchable (quetehinches), el bolso que me lo había dejado allí y el batido de chocolate que compramos Pon y yo en el viaje de ida, que más vale que nos lo hubiéramos dejado allí (Pon sabe por qué).

Y cogimos el coche dirección a nuestras casitas, mientras la gente llamaba a Pon para felicitarle.

Llegamos sanos y salvos, cuando me baje del coche y subí las escaleras de mi casa, parecía que iba borrachísima, porque me costaba mantener el equilibrio, super mareada, de derecha a izquierda, de derecha a izquierda…

Pero aunque me viera ya allí, sentada con ella en el sofá bebiéndome un vaso de leche, a mi madre no se le iba el berrinche…

Y ésta es la historia de nuestro crucero por Tierra Santa.

1 comentario:

  1. Pues mola mil!!!!!!!!!!!que pasó con el batido? eso para otro episodio?

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